lunes, 19 de diciembre de 2011

Noche de miedo

Son casi las doce de la noche y estoy solo en casa. Mi calle lleva horas desierta, como casi todas las calles del norte de Europa cuando anochece. El alumbrado público esta insólitamente apagado y cae una nieve silenciosa. Mi apartamento es old fashioned con su parqué de madera añeja que cruje y sus puertas de cristales de colores que distorsionan la realidad. Total, con mi imaginación febril, empiezo a pensar en cosicas desagradables y no veas lo que te puedes cagar con internet a tu lado...de repente recuerdo la peli con la que más caca me hice en mis años mozos: The house of dark shadows (de Dan Curtis)  sobre uno de los mejores vampiros de la historia del cine, Barnabas Collins.




En la década de los setenta se hizo muy buen cine de terror. Quién no se ha muerto de miedo con la matanza de Texas, el Exorcista, La noche de Halloween, Carrie, Al final de la escalera o el misterio de Salem's Slot (no daba taco de cague en esta última el niño vampiro con pijama golpeando la dichosa ventanita...)




Incluyo el Resplandor en la estética setentera, que ya cambiaría  en los ochenta con Viernes 13, Poltergeist, Posesíón Infernal (esta si que daba miedo y asco) o las pelis de Wes Craven (Pesadilla en Elm Street) o Clive Barker (Hellraiser) casi todas con jovencitos inocentes...



Bueno, incluso se rodó una comedia,  Amor al primer mordisco con George Hamilton,  en 1979 o Blácula, vampiro afro en 1972. Volvamos a la peli, que os vais a poner a pensar en Condemor y su pupita... y quiero que esto os de miedo.





La peli tiene su origen en una serie de terror de gran éxito,  Dark Shadows,  que fue un bombazo, haciendo de uno de los protagonistas, el  vampiro Barnabas Collins, un personaje muy popular.  





La pelicula permitió a Curtis, creador también de la serie, mayores cuotas de sangre y erotismo. Además, la peli encarna la estética gótica (la mansión y los paisajes son grandes protagonistas)   mezclada con un intento de actualización del mito en aquella época (1970) mostrando el vampirismo como enfermedad.




Barnabas Collins  me ha fascinado siempre. Elegante y aterrador, encarna de manera fabulosa las dimensiones humana y monstruosa  que todo vampiro que se precie ha de tener. Enamorado de una joven que le recuerda a su amor pasado, intenta dejar de ser vampiro con la ayuda de una médico que da con un remedio, pero las pasiones harán que todo se tuerza.



No la he vuelto a ver, no quiero perder la impresión que me causó a mis doce años, ahora me moriría pero de la risa, seguro... pero me ha dado un vuelco al corazón al saber que  el pesado de Tim Burton, está rodando un remake con nada menos que el insoportable Johny Depp... y cómo no, la hasta en la sopa Bonhan Carter... ¿Es que no van a dejar nada tal y como era?

Joder a ver si pego ojo tonight...





martes, 6 de diciembre de 2011

Las voces de los zorros

-Badhead,  esta tarde vamos todos a Fleet Foxes, incluido tú.

-Dave estoy muerto, llevo cuatro días sin dormir por esto, eso y lo otro.

 -Ya nos plantaste la semana pasada con el concierto de Bill Callahan.


Desarmado quedé.

El insomnio es divertido cuando se tiene veinte años. A partir de esa edad ya no es tan divertido y a partir de otra edad más es un problema.  Cero ganas tenía de ir al concierto de Fleet Foxes. El cansancio producto de tantos días sin dormir lo necesario me envolvía en un pesimismo azuzado, encima,  por el rostro de Angela Merkel y su paternalismo autoritario: nein, nein, aquí teneis que mamar todos en Sudeuropa. Os voy a cortar hasta las uñas de los pies... Totale Krieg al despilfarro...und so weiter...



Veremos como quedamos después del 9 de diciembre.  Veremos.


Eres un cenizo Tirso, tanta angustia...

Pero me conoceis, soy fatalista de boca. E intento ser un buen colega.  Finalmente, acudí. Cumplimos con el ritual previo a cualquier concierto: tomarse una porquería  (durum, bicky o salchichota) y unas patatas fritas con salsa andalouse fuera del recinto bajo un relente de cojones.






La verdad, estaba, repito, muy cansado. A los teloneros (nada menos que Vetiver, gurús del freakie folk y todo eso) no les hice ni caso. Me empecé a arrepentir, diciéndome que, aparte de los 30 eurazos de la entrada, los discos de Fleet Foxes no estaban mal pero no eran nada del otro mundo.  Intimistas, cuidadosos en el sonido, vocecitas a lo beach boys con un aura de bucolismo algo cargante y liderados por Robin Pecknold, un tio bastante talentoso e iluminado por la  luz (eterna) de Brian Wilson. Los discos se me hacían cansinos...Seguramente, pensé,  no aguantarían el tipo en vivo. Serían flor de un día gracias a Pitchfork.





Claro que yo leo en el metro y escucho música con ipod en la calle... así que sutilezas las justas... Ante mi batería de ideas preconcebidas, aquellos pelanas de Fleet Foxes se plantaron en el escenario y empezaron a tocar  canciones diferentes siendo las mismas,  destilando otras emociones (sinceras)  a las que yo había experimentado al escucharlos con anterioridad. Esas voces sonaron mágicas en determinados momentos, incluso a capella en un recinto que es monstruoso para esos formatos, destacando "Montezuma", "Mikonos", "Your protector", "He does not Why" o la archimachacada "I was following the I was following the I was following the I" (el que no la conozca no merece leer este post, fue el soniquete de las navidades pasadas en la primera cadena), que la despacharon en cuarto lugar afirmándonos: aqui no hemos venido a complaceros sino a hacer música y nos la quitamos de enmedio prontito.  Cambiaron de instrumentos constantemente, disfrutaron, se preocuparon por que las voces sonaran aéreas y sólidas al mismo tiempo. La música tan sixties y seventies, tan pop y tan folk,  made in USA, ayudada por unas imágenes de montañas proyectadas en el escenario,  me llevó a lugares donde mi cansancio no me pesaba. Con Montezuma creí que me iban a hipnotizar. El concierto finalizó a un gran nivel vocal e instrumental. Una pena fue la sala de conciertos, preparada para otro tipos de eventos (macro) y donde la bateria siempre suena fatal.  




Y los zorros se fueron. Pero algo de ellos se quedó en mí; su sinceridad, su honradez y su musica renovada que presagian un largo camino. Tenemos Pecknold para rato.  Un tipo raro, mezcla de Brian Wilson, Neil Young y Jeff Tweedy que se centra en hacer canciones al límite de sus posibilidades (helplessness blues casi lo destruye).  No conozco un grupo tan preocupado por sus voces en directo y que el resultado sea tan cristalino. Están, señores, en estado de gracia. Y que les dure.  Aquella noche dormí profundamente. Y las siguientes noches.  Las voces de los zorros siguen conmigo.