Roberto Bolaño, al que tristemente perdimos hace diez años, hablaba en 2666 del infierno de los malos escritores, y en particular, del miedo de los escritores a pertenecer a ese infierno.
Pero yo creo que también existe un infierno de los escritores supremos, un infierno al que todos los escritores querrían pertenecer. Frente al buenismo y/o la impostura intelectual de tantos escritores, preocupados más por su bolsillo o intereses, hay escritores, por suerte infernales, que muestran la naturaleza humana en toda su brutalidad y grandeza sin importarles nada más.
Y el apóstol de ese panteón es William Faulkner. Y su biblia, Mientras agonizo.
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