Tan maravillado quedé que me compré la segunda parte pero, siendo muy buena, no me gustó tanto como la primera:
Tenga usted un joven diplomático de izquierdas, Arthur Vlaminck, amante de Metallica, que es fichado por el ministro conservador Dominique de Villepin, perdón, Alexandre Taillard de Vorms, hombre enérgico, para ser miembro de su gabinete en el ministerio francés de asuntos exteriores, sito en el famoso Quay D'orsay, para ser el responsable del lenguaje, es decir, de elaborar sus discursos. Tenga usted un ministro fuera de la realidad preso de un lenguaje político metarreal con el que va forjando un discurso también más allá de lo real, llevando a su gabinete al manicomio y al lector a una mezcla de carcajadas y de profunda inquietud.
Es muy interesante su crónica de la elaboración del discurso político-diplomático, aplicable a otros ministerios: todas las cribas, las revisiones, los comentarios, las interpretaciones y las cambios de perspectivas que sufren los textos de Vlaminck, producto de las anécdotas impagables que el cómic relata (sobre interacciones, confusiones y traiciones entre ministro, sus asesores poetas y filósofos y sus empleados del gabinete), y que hacen que se queden huecos, que no sirvan para nada y sin embargo, sean leídos en los foros más altos y tenidos en cuenta por los líderes, la prensa y la opinión pública. En definitiva: aterrador. Y uno no para de reírse.
Si bien la primera parte se centra en la redacción del discurso político vacío, la segunda parte relata la gestión política basada en la superficialidad de los conocimientos y la ligereza. Con todo ello, el cómic muestra a la perfección la naturaleza del animal político a través de Villepin, perdón, Taillard de Vorms, ser soberbio, que se rodea de asesores a los que no escucha, de una cultura superficial basada en aforismos sacados de un solo libro y de una energía inagotable. Y sin embargo, el cómic muestra también el idealismo infantil del ministro y su carisma que, en medio del caos de contradicciones e hiperactividad en el que suma a su equipo, hace que sus subalternos lo admiren en alguna medida y que el lector no le odie del todo.
Los personajes son ricos en matices y evolucionan, sobre todo Vlaminck, gracias a un guión muy trabajado (Lanzac es el pseudónimo de un diplomático oculto). Los dibujos (Blain) muestran también con gran inteligencia el carácter del ministro y sus acólitos. Una obra gráfica muy recomendable para entender el terrible mundo actual.
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