Hay novelas cuya lectura te suspenden en su ritmo y en su propio tiempo. En mi opinión, algunos padecemos un cierto stress, producto de esta azarosa vida de objetivos y rendimiento, por leer, leer y leer novelas, una tras otra, una novelita por semana, o si es posible una y media, que hay que mantener el ritmo lector entre tanto español que no lee y el escaso tiempo que tenemos para ello. Leer se ha convertido para un tipo de cultureta en una especie de consumo compulsivo; pregúntenle de qué iba el libro que leyó hace dos semanas, con mucha probabilidad ni siquiera se acuerde de toda la trama o sólo recuerde si le gustó o no, pero claro estaba demasiado ocupado leyendo para tener tiempo para reflexionar o tomar conciencia de su propia experiencia lectora. Claro que la literatura de hoy en día, por lo general bastante ligera y de consumo rápido incluso en sus vertientes más pretendidamente sesudas o literarias, lo permite. Leído, al siguiente que tengo prisa por leer otro. Next please! Have another one, bitte. Lea. No importa lo que aprenda.
Pues bien, repito, hay libros que por fortuna te suspenden en su propio ritmo temporal. No importa lo que tardes en leerlos, no importa si tienes que releer pasajes enteros debido a su estructura o estilo que te exigen. Porque te cambiarán la vida. Eso es. Hay libros que te exigen una atención a la altura del esfuerzo con el que fueron elaborados pero como contrapartida te formarán y te harán, por lo general, mejor persona. Creo que no hay sinceridad mayor en la literatura que esto. Es higiene del espíritu. Me ocurrió con, por ejemplo, Conversación en la catedral o Tratado sobre las pasiones del alma y durante este mes marzo, extenso y disfrutado, con Florido Mayo de Alfonso Grosso.
Es un libro cuya técnica, y Grosso no lo esconde, es deudora de Faulkner, Joyce, Proust y que también atisbé en mi intento fallido de leer a Benet (juro volver a Región algún día). Es un libro de una gran ambición, asesina de los demonios interiores de este grandioso escritor que acabó sus días de manera triste e injusta.
He hecho una lectura absolutamente centrada en el estilo que hace difícil la comprensión de la historia de la familia, con posibles y venida a menos, Gentile. Me he centrado en el estilo y no tanto en distinguir quien era quien en las tramas. Opté por dejarme llevar por ese stream of consciousness, por ese subjetivismo brutal que relata sin orden temporal lógico, sintiendo que distinguir quien vivía los dramas no era tan importante para al autor como dar cuenta de los mismos para hacer crónica de una época a través del apogeo y ocaso de una familia, su familia, qué importa quien vivió el drama de amores no realizados, ruinas económicas o viajes piadosos... son todos familiares del narrador, son como un mismo ser por el que Grosso siente atracción y rechazo ya que es el origen de sus propias filias y sus fobias. Este ha sido una de los grandes hallazgos, para mi, del libro: la familia como magma, donde nos perdemos en nombres y acciones, cuna de los demonios íntimos de cada persona y de los que no se puede huir. No. Solamente volver.
Es una novela sobre la obsesión por la mujer que estructura también el libro, en particular por la madre del autor, Estrella, y por un amor de juventud, Delia, que se va transmutando en otras mujeres a lo largo de anécdotas (algunas bastante hilarantes, muchas acaecidas en el extranjero) que el autor va relatando en combinación con la crónica familiar.
Y finalmente, Ciudad Fluvial, ciudad "aristocraticista" como Grosso la califica, con su provincianismo rancio y lleno de liturgias, plasmado sin acritud a través de la caída de los Gentile, familia importante, que no burguesa, de eso no hay en Andalucía ("la única que en el ardiente Sur no existía" tal y como afirma Grosso en relación a dicha clase). La Ciudad Fluvial "falacia de todas sus honras, todos sus blasones y todos sus orgullos". Ciudad Fluvial que el autor tampoco puede rechazar del todo debido a sus encantos evidentes, a los que canta con un lirismo fuera de toda afectación y localismo, convirtiéndola en ciudad universal.
Y un desenlace inesperado en homenaje a Joyce en la capilla del hospital de la Caridad frente a los sobrecogedores Valdés Leal. Ni más ni menos.
Un libro difícil y triste pero su lectura proporciona un gran gozo estético y ético. Yo lo he leído en el metro. Vosotros también lo podéis hacer. No seais gallinas, sed barrocos.
Un libro difícil y triste pero su lectura proporciona un gran gozo estético y ético. Yo lo he leído en el metro. Vosotros también lo podéis hacer. No seais gallinas, sed barrocos.
No sabes cómo me alegra encontrar una reseña de mi escritor favorito. No tiene nada que ver el lugar de nacimiento ni la nacionalidad. No faltaba más. Simplemente que personalmente creo que Grosso es uno de los mejores novelistas españoles del siglo XX. Tanto su etapa de novela social como la final son de una maestría y un dominio del arte de contar historias que no pueden dejar indifrente a nadie.
ResponderEliminarUna pena que la genialidad literaria de Grosso quedara oculta primero por el Boom Hispanoamericano y después por el comienzo de la literatura más comercial y rapaz, que aún sufrimos, concebida por otro paisano: Don José Manuel Lara Hernández; por cierto, gran impulsor del trabajo de Alfonso Grosso.
Florido Mayo es un oráculo al que recurrir cuando la mierda en español nos asfixia.
Hola Arrecogiendo. Muchas gracias por tu entusiasmo. Ahora solo quiero ir a Sevilla, será en mayo precisamente, y hacerme con todos los libros que pueda de Grosso. Comparto tus reflexiones: ha sido injustamente olvidado, lo cual es una vergüenza para la literatura española entre tanto mediocre. Grosso es un novelista total y absoluto. No habrá otro como él en mucho tiempo... y en Sevilla, ni te digo ya. Saludos
ResponderEliminarA mí también me genera cierta melancolía el contemplar la pila de libros que nunca leeré. Por eso me sorprende una cierta afición que me ha salido últimamente a releer libros. Y no una, sino varias veces. Por curiosidad, ¿relees?
ResponderEliminarAnónimo III
Hola anonimo III todavia albergo la estupida ilusion de poder alcanzar una cifra razonable de nuevas lecturas formadoras pero pronto alcanzare la edad de releer me temo. Mas pronto de lo que me figuro
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