martes, 28 de febrero de 2012

Stoner o el fracaso de las instituciones

Los buenos libros permanecen, se recrean en nuestro recuerdo y nos construyen por dentro.  Han pasado casi tres semanas desde que leí Stoner, de John Williams, un autor para mi desconocido hasta hace muy poco.




Y el profesor William Stoner sigue caminando por los pasillos de la universidad, sigue durmiendo el destierro sentimental en el despacho de su casa y sigue contagiando un amor sincero por la literatura, que fue lo único que no le hizo sufrir. Es memorable el capítulo donde el Stoner estudiante siente la emoción de unos versos y cambia su vida para siempre.

Es una novela sobre el fracaso de una vida construida a base de instituciones, el matrimonio, la universidad, la filiación etc... creemos que las instituciones nos darán seguridad, nos harán felices, pero no, son las personas adecuadas las que  harán  que nuestra vida sea llevadera. Finalmente son los sentimientos o la ausencia de los mismos,  los que ordenan el mundo. En el caso de Stoner es el amor a la literatura, a su profesión de docente. El amor a su hija Grace, sincero, no será lo suficientemente fuerte para evitar el fracaso personal de la chiquilla ya adulta demasiado controlada por su madre. El amor a su mujer, es la propia Edith Stoner quien lo matará poco a poco a base de desaires hirientes.

A pesar de no ser un libro muy extenso tiene la cualidad de versar sobre muchísimos asuntos. Es imposible dar aquí cuenta de todo lo que la novela cuenta o sugiere, que es una vida entera.

El estilo, de una contención y simplicidad que ahonda aún más en el análisis de los personajes, hace que no defendamos a  Stoner, ser débil pero de una resistencia emocionante, ni ataquemos a Edith, esposa neurótica incapaz de amar debido a su educación estricta, o a Lomax, compañero de universidad lisiado y, por tanto, resentido con el mundo.

Stoner es, fundamentalmente, una víctima de sí mismo, de sus orígenes, ligados a la tierra de cultivo, tan estoicos que jamás le hicieron protestar o rebelarse ante nada. La vida le va cubriendo de reveses lentamente, de modo cansino, nada traumático, como  a cualquiera de nosotros. Stoner acepta su vida tal y como le viene. Y por eso mismo es un héroe de la cotidianeidad. Es una novela sobre un buen hombre con principios que defiende siempre (su propia creencia en las instituciones) y esto mismo le supone su fracaso profesional y personal. En este sentido refleja muy bien las bajezas del mundillo universitario, regido en parte por filias y fobias y la disolución paulatina de un matrimonio que sólo se mantiene en las formas.  Tan sólo en algunos capítulos podemos ver a un Stoner feliz. Y sin embargo, el libro no me ha resultado triste. Me ha resultado conmovedor.


 Es admirable que la editorial Baile de Sol haya apostado por un libro de estas características. Sin embargo,  hay pasajes de la traducción que me han chirriado un poco. ¿Se puede decir que un cadaver en un velatorio está "regordete"? Además, la portada tampoco me ha resultado muy atractiva y justa con un libro tan bueno. Por eso adjunto otra.




Pero lo dicho: un gran libro y una gran apuesta exitosa por parte de una editorial pequeña.



jueves, 9 de febrero de 2012

Se suponía que nada era crucial

¿Qué es Nada es Crucial? Todavía no lo sé.





¿Es un cuento para niños? No, aunque mediante el estilo se hace creer que esté dirigido a ellos (y no es el caso).


¿Es una novela generacional? no, aunque todos los treintañeros podemos vernos reflejados en alguna medida.


¿Es un guión? no, aunque hay indicaciones para enfocar con una cámara.


¿Es una confesión? No, aunque el narrador se quite la máscara al final del relato.



¿Es una obra poética? No, aunque contiene imágenes de un lirismo sobrecogedor.


¿Es una obra de denuncia? No, aunque hay más de un colectivo que sale muy  mal parado.


¿Es una obra anticlerical? No, aunque los  kikos...


¿Es una obra sórdida? No, aunque trata temas que lo pueden ser pero los aborda con una delicadeza muy emotiva.


¿Es una fábula? Quizás, puede que sea eso, una fábula cuya moraleja sea que hay que respetar más la infancia.


Es crudo y tierno, es irónico y triste, es gracioso y crítico. Pero todavía no sé lo que es.

 Me ha recordado mucho a una película que vi hace años, Léolo, de Jean Claude Lauzon, que muestra un mundo horrible a través  de la imaginación de un niño.





Lo único que sé es que sigo pensando en Lecu y Magui desde que cerré el libro. Viven conmigo. ¿Qué será de ellos en Mundofeo?

Se suponía que nada era crucial.