lunes, 3 de septiembre de 2012

Las vidas ajenas e incompletas


Ando dividido, de nuevo, por un libro que empecé con ganas pero cuyo interés se fue diluyendo poco a poco, conforme pasaba las hojas (leídas, que conste... que eso de leer en diagonal como hacen los editores y críticos profesionales yo no lo puedo hacer): Las Vidas Ajenas del respetado José Ovejero.  La maldición de las 30 últimas páginas acechaba de nuevo. Sin embargo, tuve la pulsión suficiente de acabarlo porque el libro transcurre en Bruselas. 



Bruselas es una ciudad que conozco bien, miento, hay tantas Bruselas que sería imposible conocerla bien... mejor diría que intuyo, creo, toda su diversidad, riqueza y también diferencias e injusticias, que son legión. Ovejero ha escrito desde la perspectiva de los perdedores, belgas y africanos, qué mas da. Y aquello parecía interesante, pero al final para mi se ha quedado en un libro con muy poquito fuelle, pese a su premio Primavera y todos los espaldarazos a este autor del que ya leí un ensayo-guía de viajes llamado Bruselas, obra un poco trasnochada en algunas de sus percepciones, ya que esta ciudad esta en constante cambio. Sin embargo, encontré en Bruselas reflexiones que yo también había experimentado con anterioridad (cosa que me reconfortó)  y que se convierten en las Vidas Ajenas en objeto literario: la riqueza de un país, la Belgique, basada en el expolio y exterminio del Congo Belga (y reflejada en al auge del art nouveau)  y las enormes desigualdades que conviven en Bruselas. 

Si bien la trama de la novela es aparentemente policíaca, un chantaje un tanto chusquero a un millonario belga basado en sus tejemanejes y atrocidades desde generaciones en el Congo,  pronto el autor se centra en unos personajes que, en mi opinión, son o demasiado estereotipados   (el millonario viejo, su mujer joven y buenorra, la mano derecha de éste, que es un leguleyo sin escrúpulos) o carentes de interés como un estudiante loco drogadicto y su hermana un tanto a la deriva,  un trapero belga y su mujer peluquera o un taxista tunecino que parece más bueno que el pan, dejándose llevar el autor por el sentimentalismo (la relación amorosa entre el taxista y la hermana del loco llega a ser hasta cursi)  y también por un cierto maniqueísmo (los ricos son malos malísimos y los pobres son buenos incluso cuando  son  malos porque son víctimas), a lo Loach o Iñárritu.

La organización del chantaje cutre e inocente sirve al autor para ir dando a entender que no hay solución para los que nacen abajo (a pesar de un tibio happy end que a mi me ha chirriado también). Esta perspectiva es interesante pero los personajes y sus derivas personales a mi no me han convencido, salvo Kasongo el congoleño, cuya historia lamentable y psicología son el mayor logro de la novela.

Kasongo es el símbolo de la supervivencia total.  Es todo supervivencia y dignidad. De hecho, si bien Bruselas es el escenario de esta novela, el tema es la desigualdad social que siempre triunfa a base de injusticia tomando como ejemplo mayor a África y su expolio pasado y presente simbolizados en Kasongo que a pesar de ser una víctima también fue verdugo. 
Quizás yo esperaba más de la novela por una cuestión estrictamente personal... en esta historia he echado de menos la perspectiva del expat  en Bruselas como lo es Ovejero, como lo puedo ser yo. Un expatriado no es un inmigrante. ¿La diferencia? Puramente social.  Igual Ovejero optó por no querer retratarse. Como creador está en su derecho. No es un reproche, es un lamento por mi parte porque los expats en Bruselas son una parte fundamental de la dinámica urbana. Quizá el problema no es el libro sino las aspiraciones que yo tenía con él. Falta una gran novela de la Bruselas de los expatriados... tan diversa, tan compleja, llena de proyectos y ambiciones burguesas.  Y alguien debería ponerle solución a esta carencia.