jueves, 17 de enero de 2013

Un artefacto pero no una obra de arte

Todos los que hemos leído Conversación en la Catedral hemos querido escribir no sólo con esa técnica sino relatar también una historia tan holística y universal.



Un buen chico es una historia brutal contada mediante una polifonía de conversaciones mantenidas en diferentes momentos  e intercaladas a la manera de Vargas Llosa al relatar la educación sentimental de Zavalita y la jodienda del Perú.  Gutiérrez se apropia, repito, con éxito de esta técnica para contarnos una crónica sobre unos pijos malditos y amorales de los noventa, unos hijos de puta vamos, por muy talentosos que fueran con la música indie-rock, elemento estructural del relato. 

El libro engancha  y su pulso es trepidante pero resulta un tanto repetitivo en las confesiones de sentimientos reiterativas del protagonista, con algunos diálogos demasiado poco creíbles, durante las conversaciones que acaban siendo machaconas, empañando los temas tan interesantes que implican como el mal, la culpa, la expiación, la mentira, los traumas y la condición de víctima y verdugo consciente o inconsciente. Aunque la historia se resuelva con su dosis de justicia para con algunos culpables de las aberraciones relatadas y mantenga su ritmo hasta el final, en mi opinión la riqueza y solidez de los personajes  se han sacrificado en detrimento de la técnica que es donde el escritor ha puesto casi toda su energía.

Además, parece que el escritor tiene un afán de mostrar el arrepentimiento del protagonista y eso mismo empaña la riqueza del mismo. A los personajes les faltan matices y acaban siendo algo planos.  La falta de profundidad de los personajes convierten la novela  en un artificio muy bien montado pero al que le falta, en mi opinión, algo más de contenido.


















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